lunes, 22 de junio de 2009

De Gasperi, el modelo.



Nunca usó la Iglesia para fines políticos, destaca
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 22 de junio de 2009 (ZENIT.org).- Un estadista de alta calidad moral y de "gran fe", un modelo para la actual clase política: es el retrato de Alcide De Gasperi (1881-1954) trazado por Benedicto XVI.
El Papa destacó así esta figura al recibir en audiencia a los miembros de la Fundación Alcide De Gasperi, este sábado 20 de junio, en presencia de su hija, Maria Romana De Gasperi, y del senador vitalicio Giulio Andreotti, estrecho colaborador suyo durante años.
El pontífice alabó su "reconocida rectitud moral" y su fina "sensibilidad religiosa", basada en "su indiscutible fidelidad a los valores humanos y cristianos", según informó la Oficina de Información de la Santa Sede a través de un comunicado publicado este sábado.
"Formado en la escuela del Evangelio, De Gasperi fue capaz de plasmar en actos concretos y coherentes la fe que profesaba", afirmó.
"Espiritualidad y política fueron, en efecto, dos dimensiones que convergieron en su persona y caracterizaron su empeño social y espiritual", destacó.
El Santo Padre constató que es cierto que "en algunos momentos no faltaron dificultades e incluso quizás incomprensiones por parte del mundo eclesiástico, pero De Gasperi no experimentó vacilaciones en su adhesión a la Iglesia".
"Dócil y obediente a la Iglesia -recordó el pontífice-, fue autónomo y responsable en sus opciones políticas, sin usar la Iglesia para fines políticos y sin ceder nunca de sus compromisos con su recta conciencia".
Tanto es así que, "en el ocaso de sus días podrá decir: "He hecho todo lo que estaba en mis manos, mi conciencia está en paz".
Para acabar, Benedicto XVI auspició "que el recuerdo de su experiencia de gobierno y de su testimonio cristiano sea aliento y estímulo para todos los que hoy dirigen los destinos de Italia y de otras poblaciones, especialmente para los que se inspiran en el Evangelio".
La Fundación Alcide De Gasperi, constituida en 1982, es una institución cultural de inspiración cristiana que actúa en los ámbitos nacional e internacional para el fortalecimiento de la democracia, la difusión de la libertad y la profundización en las cuestiones de política internacional".
A través de la organización de eventos y conferencias, la concesión de premios, la realización de proyectos de formación universitaria y postuniversitaria y la actividad periodística y editorial, la Fundación intenta también promover la unidad europea y la paz entre las naciones.
Alcide De Gasperi (1881-1954) fue un político al que junto con Konrad Adenauer, Robert Schuman y Jean Monnet, se le considera como "padre de la Europa unida" pues contribuyó decisivamente a la creación de las Comunidades Europeas.
Fue ministro de Asuntos Exteriores y primer ministro de Italia, así como fundador de Democracia Cristiana (Italia) y último secretario del Partido Popular Italiano. Está en curso su proceso de beatificación.

sábado, 4 de octubre de 2008

IV Encuentro Mar del Plata

IV Encuentro de Red Luján
"Los cristianos en la acción pública"

Tenemos el agrado de invitarlo al IV Encuentro de Red Luján "Los cristianos en la acción pública", que se llevará a cabo los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires.

Este año, nos centraremos en conocer experiencias y personalidades que nos permitirán reflexionar acerca de la importancia de los valores en la práctica política.

Para quienes conformamos Red Luján es de gran importancia que nos acompañe en estos días de reflexión.


Inscripción

­ Sin costo alguno. Cupo limitado.

­ Cierre: viernes 24 de octubre.

­ Para inscribirse, ingresar a www.redlujan.org.ar


Hospedaje y comida

El hospedaje y las comidas del viernes por la noche, sábado al mediodía y sábado por la noche, no presentan costo alguno.


Viajes

Participantes de Buenos Aires y Capital Federal
El costo del traslado corre por cuenta de los participantes.

Resto de las provincias

La Organización pondrá a disposición de los participantes provenientes de otras provincias un micro que los trasladará desde Buenos Aires hasta Mar del Plata (salida: viernes 10 hs) y de Mar del Plata a Buenos Aires (regreso: domingo 15 hs).

Comisión Organizadora
Red Luján

jueves, 28 de agosto de 2008

NUEVO CURSO

Los católicos y la cultura de la Argentina en el siglo XX
1983 – 2008: 25 años de democracia

v Relación Iglesia y Estado en la Argentina. Dr. Roberto Bosca. Viernes 5/9

v El Episcopado Argentino y el documento “Iglesia y Comunidad Nacional”. Pbro. Dr. Carlos Galli. Viernes 11/9

v Iglesia y educación frente a la desconfiguración del "Estado educador" en la Argentina. Lic. Carlos Torrendell. Viernes 3/10

v ¿Se puede hablar de una tradición católica en le economía argentina? Dr. Marcelo Resico. Viernes 24/10

Edificio Santo Tomás Moro - UCA
Alicia Moreau de Justo 1400
Aula 402
14:00hs

miércoles, 2 de julio de 2008

I Encuentro Preparatorio Red Luján 2008


DIARIO UNO. - El Gobernador de Mendoza, Celso Jaque cerró la mesa de oradores del “Encuentro sobre los valores y la política” que organizó Red Luján en el centro de congresos de San Rafael. Allí reflexionó junto a monseñor Eduardo María Taussig sobre la crisis de valores y cómo lograr una sociedad cada vez más comprometida y con mayor responsabilidad. Ante unas 700 personas ligadas a la Iglesia Católica el gobernador llamó a los jóvenes a participar y comprometerse en política, la misma política que dijo entender “como un servicio al prójimo” y una herramienta para “ayudar a construir una sociedad mucho más digna”.“Hoy, cuando la Argentina logró salir de una crisis social, política y económica, sigue la tarea pendiente de superar la crisis de valores y lograr una sociedad más comprometida con mayor responsabilidad, esperanza y fe”, dijo Jaque, e instó a los jóvenes “a seguir consolidando la democracia en la Argentina”.La receta de Jaque para salir de esta crisis es tomando dos caminos principales: el fortalecimiento de la familia a través de trabajo y viviendas dignas, educación de calidad y una mejor salud; y poner en valor la escuela devolviéndoles la autoridad y el respeto a los docentes”.Taussig fue mucho más crítico al señalar que hoy “los jóvenes entienden a la política como algo que suena a mentiroso” y a un político “como alguien que promete y no cumple, o que curra, y que a la mañana dice una cosa y por la tarde otra”. Asimismo, responsabilizó de esta situación actual al gobierno de la década del ’90 que “no sólo fue la década de la devaluación económica sino de la devaluación de la palabra”.

jueves, 20 de marzo de 2008

sábado, 8 de marzo de 2008

Religión y Política en EEUU

John F. Kennedy
Address to the Greater Houston Ministerial Association
delivered 12 September 1960 at the Rice Hotel in Houston, TX



Reverend Meza, Reverend Reck, I'm grateful for your generous invitation to state my views.
While the so-called religious issue is necessarily and properly the chief topic here tonight, I want to emphasize from the outset that I believe that we have far more critical issues in the 1960 campaign; the spread of Communist influence, until it now festers only 90 miles from the coast of Florida -- the humiliating treatment of our President and Vice President by those who no longer respect our power -- the hungry children I saw in West Virginia, the old people who cannot pay their doctors bills, the families forced to give up their farms -- an America with too many slums, with too few schools, and too late to the moon and outer space. These are the real issues which should decide this campaign. And they are not religious issues -- for war and hunger and ignorance and despair know no religious barrier.
But because I am a Catholic, and no Catholic has ever been elected President, the real issues in this campaign have been obscured -- perhaps deliberately, in some quarters less responsible than this. So it is apparently necessary for me to state once again -- not what kind of church I believe in, for that should be important only to me -- but what kind of America I believe in.
I believe in an America where the separation of church and state is absolute; where no Catholic prelate would tell the President -- should he be Catholic -- how to act, and no Protestant minister would tell his parishioners for whom to vote; where no church or church school is granted any public funds or political preference, and where no man is denied public office merely because his religion differs from the President who might appoint him, or the people who might elect him.
I believe in an America that is officially neither Catholic, Protestant nor Jewish; where no public official either requests or accept instructions on public policy from the Pope, the National Council of Churches or any other ecclesiastical source; where no religious body seeks to impose its will directly or indirectly upon the general populace or the public acts of its officials, and where religious liberty is so indivisible that an act against one church is treated as an act against all.
For while this year it may be a Catholic against whom the finger of suspicion is pointed, in other years it has been -- and may someday be again -- a Jew, or a Quaker, or a Unitarian, or a Baptist. It was Virginia's harassment of Baptist preachers, for example, that led to Jefferson's statute of religious freedom. Today, I may be the victim, but tomorrow it may be you -- until the whole fabric of our harmonious society is ripped apart at a time of great national peril.
Finally, I believe in an America where religious intolerance will someday end, where all men and all churches are treated as equals, where every man has the same right to attend or not to attend the church of his choice, where there is no Catholic vote, no anti-Catholic vote, no bloc voting of any kind, and where Catholics, Protestants, and Jews, at both the lay and the pastoral levels, will refrain from those attitudes of disdain and division which have so often marred their works in the past, and promote instead the American ideal of brotherhood.
That is the kind of America in which I believe. And it represents the kind of Presidency in which I believe, a great office that must be neither humbled by making it the instrument of any religious group nor tarnished by arbitrarily withholding it -- its occupancy from the members of any one religious group. I believe in a President whose views on religion are his own private affair, neither imposed upon him by the nation, nor imposed by the nation upon him¹ as a condition to holding that office.
I would not look with favor upon a President working to subvert the first amendment's guarantees of religious liberty; nor would our system of checks and balances permit him to do so. And neither do I look with favor upon those who would work to subvert Article VI of the Constitution by requiring a religious test, even by indirection. For if they disagree with that safeguard, they should be openly working to repeal it.
I want a Chief Executive whose public acts are responsible to all and obligated to none, who can attend any ceremony, service, or dinner his office may appropriately require of him to fulfill; and whose fulfillment of his Presidential office is not limited or conditioned by any religious oath, ritual, or obligation.
This is the kind of America I believe in -- and this is the kind of America I fought for in the South Pacific, and the kind my brother died for in Europe. No one suggested then that we might have a divided loyalty, that we did not believe in liberty, or that we belonged to a disloyal group that threatened -- I quote -- "the freedoms for which our forefathers died."
And in fact this is the kind of America for which our forefathers did die when they fled here to escape religious test oaths that denied office to members of less favored churches -- when they fought for the Constitution, the Bill of Rights, the Virginia Statute of Religious Freedom -- and when they fought at the shrine I visited today, the Alamo. For side by side with Bowie and Crockett died Fuentes, and McCafferty, and Bailey, and Badillo, and Carey -- but no one knows whether they were Catholics or not. For there was no religious test there.
I ask you tonight to follow in that tradition -- to judge me on the basis of 14 years in the Congress, on my declared stands against an Ambassador to the Vatican, against unconstitutional aid to parochial schools, and against any boycott of the public schools -- which I attended myself. And instead of doing this, do not judge me on the basis of these pamphlets and publications we all have seen that carefully select quotations out of context from the statements of Catholic church leaders, usually in other countries, frequently in other centuries, and rarely relevant to any situation here. And always omitting, of course, the statement of the American Bishops in 1948 which strongly endorsed Church-State separation, and which more nearly reflects the views of almost every American Catholic.
I do not consider these other quotations binding upon my public acts. Why should you?
But let me say, with respect to other countries, that I am wholly opposed to the State being used by any religious group, Catholic or Protestant, to compel, prohibit, or prosecute the free exercise of any other religion. And that goes for any persecution, at any time, by anyone, in any country. And I hope that you and I condemn with equal fervor those nations which deny their Presidency to Protestants, and those which deny it to Catholics. And rather than cite the misdeeds of those who differ, I would also cite the record of the Catholic Church in such nations as France and Ireland, and the independence of such statesmen as De Gaulle and Adenauer.
But let me stress again that these are my views.
For contrary to common newspaper usage, I am not the Catholic candidate for President.
I am the Democratic Party's candidate for President who happens also to be a Catholic.
I do not speak for my church on public matters; and the church does not speak for me. Whatever issue may come before me as President, if I should be elected, on birth control, divorce, censorship, gambling or any other subject, I will make my decision in accordance with these views -- in accordance with what my conscience tells me to be in the national interest, and without regard to outside religious pressure or dictates. And no power or threat of punishment could cause me to decide otherwise.
But if the time should ever come -- and I do not concede any conflict to be remotely possible -- when my office would require me to either violate my conscience or violate the national interest, then I would resign the office; and I hope any conscientious public servant would do likewise.
But I do not intend to apologize for these views to my critics of either Catholic or Protestant faith; nor do I intend to disavow either my views or my church in order to win this election.
If I should lose on the real issues, I shall return to my seat in the Senate, satisfied that I'd tried my best and was fairly judged.
But if this election is decided on the basis that 40 million Americans lost their chance of being President on the day they were baptized, then it is the whole nation that will be the loser, in the eyes of Catholics and non-Catholics around the world, in the eyes of history, and in the eyes of our own people.
But if, on the other hand, I should win this election, then I shall devote every effort of mind and spirit to fulfilling the oath of the Presidency -- practically identical, I might add, with the oath I have taken for 14 years in the Congress. For without reservation, I can, "solemnly swear that I will faithfully execute the office of President of the United States, and will to the best of my ability preserve, protect, and defend the Constitution -- so help me God.

viernes, 15 de febrero de 2008

La Catedral y los cómplices

Por Sergio Bergman
www.notiar.com.ar

La profanación de la Catedral Metropolitana no fue sólo perpetrada por quienes la tomaron, sino, sobre todo, por aquellos que sabemos y no nos sinceramos. Es la acción de algunos pocos pero, tanto o más, la omisión, el silencio cómodo y cómplice de quienes, viendo todo, no hacemos nada.
Como la Catedral, la República está siendo profanada. Quienes abandonamos lo público en el refugio seguro de lo privado, lamentaremos, cuando ya sea tarde, no habernos consagrado a la ley como el límite que sostiene no sólo el orden constitucional, sino también las garantías cívicas, que son la expresión jurídica de la dignidad que resguarda los derechos humanos.
Consagrar es una acción terrenal, social, cultural y colectiva que no sólo es patrimonio de la experiencia religiosa. La religión, en cuanto institución, designa tiempos, espacios, símbolos y rituales para hacer sagrado con otros, es decir, con-sagrar en lo terrenal su vínculo con lo celestial. Los creyentes, en nombre de lo divino, revelamos lo humano.
Aquello que la religión instituye en la libertad de conciencia, en nuestra sociedad lo establece la Constitución de la Nación. Consagrar los límites es una experiencia propia del Estado de Derecho, que da garantías a la libertad de todos y no para ejercerla según la visión de algunos, que profanan los límites para imponerse en la pre-potencia de lo concedido y no en la potencia del contenido de lo que se reclama.
Podríamos decir que este principio nada tiene de extraordinario en una sociedad democrática y con un sistema vigente, donde la ley es el límite. No es nuestro caso en la Argentina de la sociedad anónima, que no es sólo una figura apta para los negocios que se van haciendo con lo de todos para pocos, sino un abismo en el que se quiebra la empresa de ser el país que nos debemos.
Cuando en forma reiterada y cotidiana se violenta la ley, se profana el límite, vaciándolo de su valor sagrado. Hace unos días, la Catedral Metropolitana fue profanada. Siempre imaginé, como rabino, que debía estar atento a reclamar por la profanación de nuestras sinagogas o cementerios. Nunca que deberíamos hacerlo por la del templo emblemático de la Iglesia Católica argentina.

El cardenal Bergoglio siempre resalta que, en el frontispicio de la Catedral, está la imagen de José y sus hermanos en la reconciliación y el encuentro. Deberíamos insistir en esta narrativa bíblica, para reencontrarnos los argentinos en un abrazo fraterno.
Sin olvidar el pasado trágico, es en nombre de la verdad, la justicia y la memoria que debemos hacer de la ley un templo sagrado, ya que es la expresión formal del valor espiritual de los derechos humanos. No queremos olvidar el pasado, pero queremos partir de él y, a partir de él, acceder al presente, que anticipa el futuro de un abrazo donde todos los argentinos seamos familia.
Cuando uno vive en el Estado de Derecho no requiere reivindicar los derechos humanos, sino cumplir con la ley donde están resguardados y garantizados. Al mismo tiempo, los derechos humanos no son ni de izquierda ni de derecha, sino de la ley, la Constitución y el orden republicano, en los que las instituciones, y ya no sólo los movimientos, son los protagonistas exclusivos de su vigencia. La dignidad de lo humano es la raíz del derecho. Ningún derecho puede reivindicarse torcido.
En este caso no fue la lucha histórica de la madres, que sostenemos y acompañamos durante décadas, sino la particular forma de hacer política de una de ellas la que lideró la irrupción en la Catedral, ámbito sagrado de lo religioso, para reclamar partidas presupuestarias. No es mi intención abrir una polémica sobre los fondos, pero sí reflexionar sobre el fondo de la cuestión, que es preguntarnos si uno, por aquello que cree sagrado para su causa, se encausa y desborda en profanación de lo que es sagrado para otros.
Nada puede justificar la desproporción de ingresar en la Catedral para tomarla como rehén de un mecanismo de extorsión, a cuenta de la profanación de aquello que, sabiendo de la sensibilidad de su proyección, pretende sólo dañar.
Lo paradójico es el silencio masivo frente a este hecho que, público y notorio, fue rápidamente disimulado y silenciado. Si se hubiera realizado la misma acción de presión ingresando en una sinagoga o en una mezquita o algún otro templo de cualquier confesión, sé que la reacción hubiera sido inmediata, masiva y de repudio.
La Constitución da claras garantías para expresar y reclamar. Hay ámbitos públicos donde cada día se ocupan las calles y se reclama, por lo que cabe preguntarnos el motivo de hacerlo en la Catedral. Pero no sólo la Catedral es profanada, sino también los límites sagrados de la ley, donde los derechos de unos no pueden imponerse para violentar los de otros. Ya sea como en este caso, de ingresar en la casa del otro y degradarla en su dimensión sagrada, como en lo público, que es de todos y se profana para que sea tomado cautivo como propiedad de algunos.
Las calles, las rutas y los puentes deberían volver a consagrarse como espacio de todos, donde la libertad de transitar, llegar a trabajar, a estudiar, vivir en libertad no son un reclamo de la derecha, ni una reivindicación de la izquierda, sino del derecho universal para que se cumpla el límite sagrado de hacer valer los derechos de uno sin violentar los del otro.
Convivir es vivir con los demás en este vínculo sagrado del límite que propone la ley. Consagrar lo profanado es hacer un templo de este límite que, como santuario, nadie pueda vulnerar. La ley es la catedral de la república. No debemos dejar que se confunda -a pesar de la demagogia y la manipulación mediática- este legítimo orden cívico con autoritarismo; que se equipare el hacer cumplir la ley con la represión; ejercer autoridad, con abusar de la fuerza; establecer seguridad jurídica y física como garantía constitucional, con la apología o el fantasma de las fuerzas de seguridad usadas como el único resguardo para hacerlas valer.
Son nuestras instituciones republicanas las que hacen de catedral de la ley sagrada, que, sin ser perfectas, son nuestra garantía de vivir en civilización y no en barbarie. Instituir república es una construcción social, cultural y colectiva, que nos hace pertenecer a esta sociedad de derechos y obligaciones, donde no sólo tenemos derecho a reclamar, sino compromisos que asumir. Cuando se trata de con-sagrar la ley como límite, estaremos haciendo sagrado lo profano. Acción sagrada que es, en este campo de la transformación política, un desarrollo de la espiritualidad cívica.
Por ello, aun quienes somos creyentes, no le pedimos al cielo, sino que, sumados a todos los argentinos, hombres y mujeres de buena voluntad que habitan el territorio nacional, que no sólo habitemos, sino que comprometamos nuestras manos y corazones aquí, en esta bendita tierra, todo aquello que debemos ser y hacer para vivir en la paz y el amor de este santuario de todos, que es el país.
Cuando nuestro país ya no sólo se habite como condominio, sino que se instituya en construcción ciudadana, desplegando, en el marco de la ley, el poder de las acciones políticas y cívicas, volveremos a caminar hacia ésta, nuestra tierra prometida, consagrada en la Constitución y sus instituciones como nuestra Nación, tan República como la Argentina.

(*) El autor es rabino de la Asociación Israelita de la República Argentina.
Fuente: La Nación (Buenos Aires